7:00 am y el taco va a en aumento, obligando a los conductores a detenerse. Un grito se percibe a lo lejos… “¡Paaaaan amasaaado! ¡Paaaaan amasaaado!” De los autos salen manos pidiendo llevar la delicia del pan minero… Y es que son pocos quienes se resisten a probar las bondades gastronómicas hechas por mujeres de la Cuenca del Carbón.
Siempre está a la misma hora y en el mismo lugar, junto a su canasto y sus manos que evidencian el sacrificio del trabajo. Allí, en el paradero del Liceo Carlos Cousiño Goyenechea de Lota Alto, micreros, taxistas, estudiantes, trabajadores, etc, se detienen para comprar la primera comida del día.
No hay día en que no reciba a sus comensales con la sonrisa que la caracteriza. Así es ella, la señora María, la vendedora del pan amasado más popular de la comuna de Lota.
Pan de Lota, mucho más que un ingrediente
María Ulloa Ñanco nació en Curanilahue en 1956 y llegó a los 5 años a Lota. Su padre fue minero en Curanilahue y lo trasladaron – en ese entonces – a las minas de Enacar.
Con nostalgia cuenta que: “cuando se cerraron las minas comencé a vender el pan lotino, y llevo más de 20 años en este rubro”.
La señora María cuenta que comenzó a instalarse en el paradero de Lota alto porque un día la dejó el bus de una vecina como a las 5 de la mañana. “Desde ahí que comencé casi toda la semana a vender el pancito en este lugar”.
¡Y es que la señora María tiene a su people! Tanto los choferes de la locomoción colectiva como los alumnos del liceo son clientes fieles, quienes día a día les compran el pan amasado durante todas las mañanas.
Muchos se preguntan cuál es el secreto de esta mujer lotina para que tenga ese sabor tan indescriptible. La clave está en amasar harto para que todos los ingredientes queden bien impregnados.
María se levanta todos los días a las 03:00 de la madrugada para preparar el pan. Lo primero que hace es juntar la leña para encender el clásico horno de ladrillo que tiene en el primer piso de su casa. Luego se asegura que las brasas estén bien encendidas. Si es así, se barren las cenizas con la escoba mojada, previamente hecha con ramas de eucaliptus. Cuando esté caliente se moja nuevamente la escoba y se barre suavemente. Al rato se pone el pan con una paleta de madera cuyo mango es largo para evitar algún tipo de quemaduras.
El pan debe ponerse ordenado, para que no quede “traspaleado”, la cocción es rápida, y cuando se saca del horno, se limpia con un paño para sacar las cenizas. Posteriormente, se pone en el canasto y se cubre con un paño, quedando listo para la venta.
“A muy buen precio vendo mi pan amasado y mi pan amasado con chicharrones, también el manche minero que es el pan amasado con carne, queso, jamón o arrollado”.
Son cerca de 200 panes diarios que hace junto a su marido para distribuirlo de lunes a viernes. El día sábado hace entrega a otra vendedora, mientras que el domingo trabaja en la Vega Monumental de Concepción.
En su juventud trabajó como chinchorrera: “Era un trabajo muy sacrificado y ahora tengo una excelente familia que con esfuerzo saqué… Todos mis hijos son profesionales”.
“Creo que todos los trabajos que he tenido han sido importantes en mi vida, porque nunca quise que mis hijos trabajaran de chinchorreros como yo. Fui muy pobre y no quería que ellos vivieran lo mismo… Por ellos luché… Soy una mujer alentada, sacrificada y positiva”
Finalmente la señora María expresa emocionada que: “me valorizo como mujer y como trabajadora… Me creo el cuento y me quiero porque me siento orgullosa de tener hijos profesionales y ver a mis nietos crecer”